lunes, 10 de febrero de 2014

El poder y el liderazgo: entre puestos y sobrecitos




El poder y el Liderazgo: entre puestos y sobrecitos
Leonel Fernández

El fenómeno del poder y el liderazgo han sido estudiados desde la Antigüedad por filósofos como Platón y Aristóteles. En la época del Renacimiento, durante el siglo XVI, por una figura como Nicolás Maquiavelo, autor de El Príncipe, un audaz tratado acerca de cómo se conquista el poder, como se conserva y como se pierde.

En el período contemporáneo, fue, a su vez, lo que estimuló el intelecto del gran sociólogo alemán, Max Weber; lo que inspiró al economista norteamericano, John Kenneth Galbraith, quien publicó en la década de los ochenta, su texto, Anatomía del Poder; y más recientemente, lo que atrajo la atención de Robert Greene, autor de un brillante y perspicaz trabajo, titulado: Las 48 Leyes del Poder.

Más recientemente, hemos visto la proliferación de publicaciones, como El Fin del Poder, de Moisés Naím; El Poder Suave, de Joseph Nye; y El Manejo del Poder, del destacado psicólogo y analista político dominicano, Leonte Brea.

Pero, al margen de la teoría, quisiera compartir algunas experiencias vividas acerca de cómo se percibe y practica, en determinados ámbitos, el fenómeno del poder político y el liderazgo en la República Dominicana.

El paraiso de Modesto Guzmán

En efecto, inmediatamente después del triunfo electoral de 1996, visité en su hogar al presidente Joaquín Balaguer con la finalidad de solicitarle nos indicara los dirigentes de su partido que él desearía formaran parte del nuevo gobierno a iniciarse en agosto de ese año.

El presidente Balaguer, con la clásica cordialidad que siempre le caracterizaba, escuchó nuestra petición y acordó conversar sobre el tema en una próxima ocasión.

Pero transcurrió el tiempo y no se produjo ninguna respuesta.

Así que volví a visitarle para que, dada la proximidad de la ceremonia de toma de posesión, nos precisara los nombres de los miembros del Partido Reformista que serían funcionarios del nuevo gobierno.

Las palabras del doctor Balaguer fueron las de que él había apoyado nuestra candidatura por razones estrictamente patrióticas, sin ningún otro interés particular, y que, por consiguiente, no sería necesario designar a ningún miembro de su organización política en un cargo público.

La respuesta me desconcertó.

Tenía la convicción de que hasta por razones elementales de gratitud, deberíamos contar con la presencia reformista en la nueva gestión pública.

Así pues, insistí de nuevo que nuestro triunfo se había producido, en gran parte, por su involucramiento personal en la creación del Frente Patriótico, y que, por lo tanto, la nueva administración gubernamental era tanto suya como nuestra.

No obstante, su reacción permaneció invariable. ¨Ningún reformista formará parte del gobierno que le tocará a Ud. presidir¨, sentenció.

Y así fue.

Naturalmente, muchos dirigentes reformistas llegaron a inquirirme respecto a las designaciones en el nuevo tren administrativo, a todos los cuales tenía que indicarles que a pesar de nuestro deseo en esa dirección, el líder de su organización había dispuesto lo contrario.

De nuestra parte, tratábamos de entender las razones del doctor Balaguer para decidir la no integración de destacados miembros de su partido en el que sería denominado como el Gobierno del Nuevo Camino.

Las conjeturas no se hicieron esperar. Algunos sostenían que el líder reformista habría considerado que en aquella época éramos muy jóvenes e inexpertos , y que al poco tiempo el gobierno que nos tocaba encabezar se desplomaría, con lo cual no quería que su partido fuese percibido como responsable de la catástrofe que veía venir.

Esa fue la creencia albergada durante largo tiempo, hasta que varios años después de terminada la gestión gubernamental, Modesto Guzmán, uno de los pocos reformistas que logramos designar, y que figuró como Director General del Instituto Postal Dominicano, con rango de Secretario de Estado, nos contó su historia.
De acuerdo con Modesto, en aquella época él era el único reformista que podía llegar a la casa del doctor Balaguer y encontrar que los que allí atendían le abrían, en forma afanosa, las puertas de entrada, para que pudiera penetrar con su vehículo y aparcarlo en el patio del lugar.

Una vez desmontado, lo recibían como a un Dios en el Olimpo. Le dispensaban todo tipo de elogios y parabienes. Le vaticinaban grandes logros. Le pronosticaban una larga y prodigiosa carrera política.
Lo bendecían , y no faltó hasta quien le ungiera como seguro sucesor del líder.

Al escuchar esa historia, le pregunté a Modesto a qué se debía tanta lisonja. Me contestó: ¨Ah, a que era uno de los pocos funcionarios reformistas con capacidad para resolver. Por tanto, podía nombrar algunos compatriotas, repartir, de vez en cuando, algún dinerito; y satisfacer algunas de sus necesidades más urgentes.¨ Al oír todo aquello, le dije: ¨Modesto, pero Ud. con ese cargo vivía como en el paraíso.¨ Sonrió, y recuerdo que pronunció estas palabras: ¨Ud. ni se imagina.

Con ese cargo, hasta el paraíso me quedaba chiquito.¨ Es probable que dada su dilatada experiencia política, el doctor Balaguer, gran conocedor del alma humana, considerase que la multiplicación de los casos tipo Modesto podría llegar a convertirse en una erosión a su propia autoridad.

Los sobrecitos de Dajabón

El otro episodio se refiere a lo que aconteció durante una visita a Dajabón. Entonces realizábamos uno de los acostumbrados recorridos de Navidad por la provincia.

Llevábamos música, alegría y distribuíamos canastas de alimentos y golosinas a las empobrecidas familias.
Pero, además, se repartían unos sobrecitos amarillos, donados por empresarios amigos, que contenían algunos regalos para la ocasión.

El compañero Paulino Sánchez, que conducía el vehículo, se impresionó al ver la multitud que se abalanzaba sobre uno de los encargados de hacer la distribución, e hizo el siguiente comentario: ¨Presidente, pero Ud. ha visto como el compañero Pedro se ha convertido, de repente, en un líder. Le confieso que nunca había visto una multitud tan enardecida.

Mire como toda esa gente se vuelca hacia él¨? Yo le riposté: ¨De verdad Paulino? Ud. nunca había visto algo así? Ud. cree que verdaderamente esa multitud le está aclamando?¨ ¨Si, si, seguro, Presidente¨, me respondió.

Entonces, lo miré y le dije: ¨Observe lo siguiente. Vamos a pedirle que le entreguen los sobrecitos al compañero Manuel Reyes, dirigente provincial, para que él continúe el reparto y a ver qué pasa.¨ Efectivamente, así ocurrió, y la muchedumbre rápidamente abandonó a Pedro y se desplazó hacia el compañero Reyes, quien empezaba a hacer la repartición de los sobrecitos.

De repente, Reyes se veía rodeado de la eufórica muchedumbre que hacía tan sólo unos instantes revoloteaba en torno a Pedro, cautivando la atención de nuestro conductor, el compañero Paulino Sánchez.
Entonces volví a dirigirme a Paulino, al que le pregunté: ¨Qué tal, qué le parece? Mire el gran líder que en cuestión de segundos se ha convertido el compañero Manuel Reyes, ahora encargado de repartir los sobrecitos.¨ No pudo contener la risa. Había aprendido la lección.

Con el transcurrir de los años, el cuento lo hemos repetido múltiples veces entre nosotros, tratando de recordar aquellos momentos de grandes experiencias junto al pueblo.

Pero lo más interesante es que tanto lo acontecido con Modesto Guzmán, como con la distribución de los sobrecitos de Dajabón, se pone de relieve una gran enseñanza de las ciencias políticas acerca del liderazgo y la teoría del poder.

Y es que el poder, que implica una relación entre gobernantes y gobernados, aparte del factor ideológico, de conciencia, hace referencia a otros dos factores: al poder de coacción o represión y al poder compensatorio, que es la capacidad para dar o distribuir.

Tomándole prestado a la teoría de la comunicación el conocido esquema de Lasswell, se afirma que el poder se traduce en la siguiente fórmula: Quién da Qué, a Quién, por Qué Medios, con Qué Efectos.

Eso fue algo que entendieron con mucha claridad, tanto mi amigo Modesto Guzmán, con su cargo en INPOSDOM, como Paulino Sánchez, con los sobrecitos de Dajabón, en su lúcida observación acerca del comportamiento de las multitudes.