Los países, los imperios y la culturas en general enfrentan desafíos tan poderosos que podrían incluso pulverizarlos. Uno de los ejemplos más relevantes de la historia está dado por el otrora todopoderoso Imperio Romano, destruido después de siglos de existencia por hordas de huestes bárbaras provenientes del norte de Europa y de Asia.
En ese sentido, la República Dominicana enfrenta desafíos directamente relacionados con su existencia como Estado soberano, toda vez que su potestad para establecer un asunto tan elemental como quien es y quien no es dominicano está siendo atacada por países de todos los calibres, desde pequeñitas islas del Caribe hasta superpotencias como los Estados Unidos de Norteamérica.
Afortunadamente para el país, el liderazgo que dirige sus destinos en la actualidad está en manos de una generación de políticos sagaces que fueron educados bajo las directrices de un líder dominicano que se caracterizó por su patriotismo, se trata del profesor Juan Bosch.
Pocos como Bosch se ocuparon de la defensa de su país, en el plano nacional e internacional. Organizando partidos, que como el PRD y el PLD surgieron impulsados por influjos idealistas que entroncan con la más sólida tradición dominicanista y antiimperialista de nuestra historia.
El PRD, por ejemplo, fue la organización política que lideró la Revolución de abril del 1965, defendiendo a sangre y fuego la soberanía nacional contra la potencia más poderosa de la tierra, que la invadía con 45,000 mil marines norteamericanos.
Luego funda al Partido de la Liberación Dominicana, para superar al PRD, con una misión de mayor trascendencia histórica y con hombres y mujeres preparados para llevarla a cabo: continuar la obra inconclusa de los padres fundadores de la República Dominicana.
Es en esa misma línea de tradición patriótica que el doctor Leonel Fernández realiza una de las transformaciones institucionales más profundas y abarcadoras que se ha registrado en toda la historia de la República Dominicana, llevando a cabo la reforma a la constitución que consolida la soberanía del Estado, de acuerdo con una visión que preveía los desafíos y amenazas que ahora se hacen evidentes.
En esa constitución se robusteció la definición de la dominicanidad y se blindó contra la posibilidad de que políticos aventureros que, como Báez o Santana, quisieran atentar contra nuestra existencia de Estado libre y soberano.
Fruto de esa constitución son las Altas Cortes, creadas para dar respuestas claras y precisas a los casos particulares que precisen de veredictos apegados al espíritu y a las letras de los preceptos constitucionales.
Así mismo, Danilo Medina, otro connotado alumno de Bosch, desde la presidencia de la República, ha enfrentado con gallardía y prudencia los embates más fieros, despiadados e irrespetuosos lanzados contra el ejercicio soberano de nuestras instituciones.
No es una casualidad que estos dos dirigentes hayan respondido con total apego a los intereses nacionales y con gran capacidad para dar respuestas de estadistas en cualquiera de los escenarios en los que han tenido que defender a su país.
Esto es parte del legado del Profesor Juan Bosch. Un partido de líderes preparados para gobernar de acuerdo a las exigencias de los tiempos que les ha tocado gobernar.
No se dejó cabo suelto ni brecha a la improvisación o a la maniobra politiquera y antipatriótica.
Pero, a pesar de todas estas medidas y previsiones, los sectores internos y externos que conspiran contra nuestra nacionalidad no descansan, no se rinden, no duermen.
Por eso cada dominicano debe mantenerse ojo avizor con el tipo de organización y de dirigentes a los que se les otorga la conducción de las riendas del país.
A menudo, los enemigos más letales son los que están adentro y por impericia o por venable se prestan a seguirle el juego a los enemigos. Aquí la historia también nos enseña que un Caballo de Troya necesita de cómplices que le abran las puertas desde dentro.
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