Ramón Ventura Camejo, ministro del Ministerio de Administración Pública |
Alfonso Caraballo
El archiconocido intelectual
alemán Friedrich Nietzsche planteó con su indiscutible genio literario en una
metáfora su método: «filosofar a martillazos». Aquí, en República Dominicana, Ramón
Ventura Camejo, que me perdonen la audaz comparación los eruditos, parece que
se ha propuesto derribar su propia imagen a mandarriazos.
El dirigente,
miembro del Comité Político del Partido de la Liberación Dominicana (PLD), de profesión politólogo, había
disfrutado de un perfil de hombre equilibrado, sensato, de buena gente.
El además ministro
del Ministerio de Administración Pública (MAP) ha impulsado un vigoroso proceso de institucionalización
del Estado dominicano, mediante la modernización y la profesionalización del
servicio público.
Como se sabe, institucionalizar
quiere decir entre otras cosas establecer normas y prácticas con carácter de permanencia, en
contraposición de la constante variación de las reglas del juego, tan características
de Estados narigoneados por los liderazgos caudillistas que han predominado
desde la fundación de la República.
Y es que para esto se
crearon el PLD y el MAP. Para institucionalizar, es decir,
para crear e implementar reglas de juego claras y estables para el beneficio de
todos.
Pero el Ministro echa por el suelo ese historial y esa misión histórica cuando entre
todos los miembros del CP, en el año 2015, asume la tarea, orgulloso
y orondo, de proponer la poco institucional decisión de cambiar nada más y nada
menos que la Constitución de la República para el beneficio de un solo hombre,
entre unos diez millones de habitantes que pueblan la patria nuestra.
Ese planteamiento se hizo
viable bajo el solemne compromiso de no volverlo a repetir nunca más, como lo
hacen los niños buenos, o los que simulan serlo. Fue un pacto de honor,
público, rubricado libremente por los miembros del CP. Se presumía que era un libérrimo
compromiso entre caballeros.
Ahora, el también catedrático,
se despacha con una figurilla literaria tan descabellada como desafortunada.
El funcionario alega que el
compromiso contraído de no volver a cambiar las reglas del juego en beneficio
de un solo hombre fue fruto de «un atraco» que mantuvo calladito por más de
tres años.
Una metáfora muy
desventurada.
Es decir, que no fue un
acto voluntario, sino forzado, lo que excusaría a sus compromisarios de honrarlo.
Un alegato propio de
niños pocos serios.
El recurso del atraco remite
a otras significaciones. Por un lado, habría que pensar en los atracadores y
por el otro, en atracados y, finalmente, en el beneficio que del acto de
atracar obtendrían sus perpetradores.
Por lógica, el cabecilla
de los «atracadores» sería Leonel Fernández y su consecuente «logro» habría sido
la aprobación de un esquema de reelección impulsado desde el poder para
beneficio inmediato de quienes lo detentan, «los atracados».
Ni el más osado de los detractores de Fernández negaría que él se ha opuesto consistentemente a este método
de modificación constitucional, y lo ha hecho desde dentro y desde fuera del poder.
Siguiendo el hilo interpretativo,
«los atracados», como fruto del ilícito, en vez de marcharse del fatídico
evento con las carteras vacías, se alzarían con una modificación constitucional
de beneficio exclusivo para ellos, que ahora, sin la situación del atraco, pretenden
reeditar.
¡Que infeliz metáfora!
Nadie esperaría de alumnos
del profesor Juan Bosch tanta torpeza en el uso del lenguaje, y mucho menos,
tanta inconsistencia ética.
Quítenle la mandarria a
ese hombre antes de que termine de demoler la credibilidad del PLD, o lo que
queda de ella.
Eso se llama escribir sin desperdicios.a ventura camejo,lo llevaremos al paredon de fusilamiento de la moral.
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