martes, 21 de mayo de 2019

El «camejazo» o la ética de Ramón Ventura Camejo


Ramón Ventura Camejo, ministro del Ministerio de Administración Pública

Alfonso Caraballo

El archiconocido intelectual alemán Friedrich Nietzsche planteó con su indiscutible genio literario en una metáfora su método: «filosofar a martillazos». Aquí, en República Dominicana, Ramón Ventura Camejo, que me perdonen la audaz comparación los eruditos, parece que se ha propuesto derribar su propia imagen a mandarriazos.

El dirigente, miembro del Comité Político del Partido de la Liberación Dominicana (PLD), de profesión politólogo, había disfrutado de un perfil de hombre equilibrado, sensato, de buena gente.

El además   ministro del Ministerio de Administración Pública (MAP) ha impulsado un vigoroso proceso de institucionalización del Estado dominicano, mediante la modernización y la profesionalización del servicio público.

Como se sabe, institucionalizar quiere decir entre otras cosas establecer normas y prácticas con carácter de permanencia, en contraposición de la constante variación de las reglas del juego, tan características de Estados narigoneados por los liderazgos caudillistas que han predominado desde la fundación de la República.

Y es que para esto se crearon el PLD y el MAP. Para institucionalizar, es decir, para crear e implementar reglas de juego claras y estables para el beneficio de todos.

Pero el Ministro echa por el suelo ese historial y esa misión histórica cuando entre todos los miembros del CP, en el año 2015, asume la tarea, orgulloso y orondo, de proponer la poco institucional decisión de cambiar nada más y nada menos que la Constitución de la República para el beneficio de un solo hombre, entre unos diez millones de habitantes que pueblan la patria nuestra.

Ese planteamiento se hizo viable bajo el solemne compromiso de no volverlo a repetir nunca más, como lo hacen los niños buenos, o los que simulan serlo. Fue un pacto de honor, público, rubricado libremente por los miembros del CP. Se presumía que era un libérrimo compromiso entre caballeros.

Ahora, el también catedrático, se despacha con una figurilla literaria tan descabellada como desafortunada.

El funcionario alega que el compromiso contraído de no volver a cambiar las reglas del juego en beneficio de un solo hombre fue fruto de «un atraco» que mantuvo calladito por más de tres años.

Una metáfora muy desventurada.

Es decir, que no fue un acto voluntario, sino forzado, lo que excusaría a sus compromisarios de honrarlo.

Un alegato propio de niños pocos serios.

El recurso del atraco remite a otras significaciones. Por un lado, habría que pensar en los atracadores y por el otro, en atracados y, finalmente, en el beneficio que del acto de atracar obtendrían sus perpetradores.

Por lógica, el cabecilla de los «atracadores» sería Leonel Fernández y su consecuente «logro» habría sido la aprobación de un esquema de reelección impulsado desde el poder para beneficio inmediato de quienes lo detentan, «los atracados».

Ni el más osado de los detractores de Fernández negaría que él se ha opuesto consistentemente a este método de modificación constitucional, y lo ha hecho desde dentro y desde fuera del poder.

Siguiendo el hilo interpretativo, «los atracados», como fruto del ilícito, en vez de marcharse del fatídico evento con las carteras vacías, se alzarían con una modificación constitucional de beneficio exclusivo para ellos, que ahora, sin la situación del atraco, pretenden reeditar.

¡Que infeliz metáfora!

Nadie esperaría de alumnos del profesor Juan Bosch tanta torpeza en el uso del lenguaje, y mucho menos, tanta inconsistencia ética.

Quítenle la mandarria a ese hombre antes de que termine de demoler la credibilidad del PLD, o lo que queda de ella.

1 comentario:

  1. Eso se llama escribir sin desperdicios.a ventura camejo,lo llevaremos al paredon de fusilamiento de la moral.

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